Cuando Annette Messager decidió dedicarse al arte dividió su apartamento parisiense en dos habitaciones. Una para vivir y una para crear. En la segunda se acumulan todo tipo de restos de objetos domésticos, de papeles y revistas, de telas, juguetes, ropa, lápices, platos y fragmentos que el naufragio urbano arroja a los rincones, a los desvanes. Con esos modestos materiales, Messager ha sido capaz de revelarnos algunos de los más perturbadores aspectos del horror cotidiano. A partir de ellos, Messager es capaz de convertir un inocente cuento de hadas en un

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